Siempre
que hablamos sobre los logros que deseamos tener en la vida menospreciamos lo
físico, aduciendo que la belleza y la juventud son efímeras y superficiales y
destacando los estudios y los logros familiares…aplausos y recuerdos. Pero
cuando se cultiva la mente obviamos algo sumamente importante, el que esta
también es una masa física, que con sus neuronas y sinapsis permiten el que
nosotros seamos lo que somos y que, así como la movilidad de una extremidad se
puede perder con un golpe, nuestra mente puede esfumarse de la misma manera.
Como se deteriora nuestra piel o nuestros órganos también se deteriora nuestro
cerebro. Y también es así como un amputado puede encontrar múltiples soluciones
para enfrentar los cambios en su vida, pero una persona con un problema en su
percepción es, progresivamente, relegada fuera de la sociedad “donde no pueda
molestar a quienes aún mantienen su cordura relativamente intacta.”
Una
de estas enfermedades es el Alzhéimer y este es el tema tratado por Lisa Genova
en su novela Still Alice, donde profundiza en el caso de
una demasiado joven (50 años) doliente de esta enfermedad, la cual ostentaba
una magnífica vida como profesora de psicología cognitiva en la Universidad de
Harvard, mundialmente destacada experta lingüista, madre de tres maravillosos hijos
y esposa de un hombre tan talentoso como ella, con el que ha compartido un
mutuo y precioso amor. Alice, quien cultivó su mente y su vida, llenándola de
logros y grandes expectativas, es quien se ve ahora bajo las garras del más
cruel olvido.
Still Alice es
llevada al cine por manos de Richard Glatzer y Wash Westmoreland, realizadores
que vienen de los herméticos circuitos de los documentales televisivos
principalmente, destacando sus labores como expositores de las minorías, como
la comunidad de inmigrantes latinos y la cultura urbana de los homosexuales, lo
cual hace aún más particular el trabajo de estos directores. Julianne Moore
representa en esta cinta a Alice Howland, recibiendo por este papel el premio
Bafta y el premio Oscar a mejor actriz en lo que lleva del año.
Una
de las grandes facultades que tiene esta película es el mostrar la tragedia del
Alzhéimer en primera persona y a la vez plantearnos lo pronto en que puede
aparecer esta enfermedad, vemos la completa distorsión de la realidad de la
protagonista por sobre la desdicha de su familia, elemento mucho más
ampliamente llevado por otras obras, como Lejos
de ella, El hijo de la novia o Iris. A través de elementos bellamente
llevados, como cámaras en mano nerviosas, sonidos aislados y desenfoques que
separan a Alice del mundo que creía conocer, nos trasladan por el estado de
confusión y el verdadero drama del personaje, sentirse ajeno de su propia vida.
Pequeños gestos comunes como olvidar una palabra mientras se recita una frase o
el no encontrar las llaves, actos que no nos son ajenos a ninguno de los que
nos consideramos en todas nuestras facultades, hacen que el entorno dude de
Alice, aislándola cada vez más de la existencia misma y, a la vez, nos hacen
preguntarnos cuantas veces nos habrá sucedido a nosotros lo mismo sin causar
mayor alarma, sin embargo estos simples actos hacen que nosotros mismos dudemos
del personaje.
Esta
película nos lleva a preguntarnos el real valor de la coherencia y que tan
apreciable es darle nuevamente ese don a quien lo perdió…el poder otorgarle un
“claro que sí” a una tontería o desfachatez de quien ya no tiene más que eso en
la vida, y más aún cuando la vida misma, con toda su memoria, se ha esfumado.
Los
demás personajes que nutren la historia, interpretados por actores como Alec
Baldwin y Kate Bosworth, presentan constantemente un clima de misterio, como si
cada uno de ellos tuviera algo oculto ante los demás, secretos que nunca salen
a la luz, permitiéndonos aumentar la empatía con la protagonista al sentir el
que “hay algo que debería saber, pero no recuerdo qué es…” La única decepción
es la actuación de Kristen Stewart, por quien se perdían muchos diálogos al
escucharlos recitados de forma bastante plana y escueta, dificultando crear
empatía con el personaje. El papel de Kristen, Lydia, tiene una doble
complejidad, ya que ella representa la contraparte familiar de quien se liberó
de los lazos, pero a la vez está dispuesta para luchar con la enfermedad de su
madre y, por tanto, es un pilar fundamental para el desarrollo de Alice
(Julianne Moore), sin embargo no le favoreció para nada estar junto a la
actuación de Julianne, pues esto simplemente opacó más su trabajo.
Como
siempre es necesario recordar “una crítica o una reseña es sólo un texto basado
en una obra” y siempre es bueno ver aquellas
obras, se diga de ellas lo que se
diga, pues la opinión propia sólo existirá de la experiencia frente a la
pantalla. Así que sólo me queda invitarlos a ver esta preciosa película,
esperando que puedan descubrir no sólo el mundo frío y distante de quienes han
olvidado todo, sino que también la necesidad propia de que no los olvidemos a
ellos y, por sobre todo, espero que descubran un trozo de sí mismo extraviado
entre las difusas calles de Still Alice.